viernes, 6 de enero de 2012

Venga, empiezo yo

Mira la noche. Mira en lo alto, mira por encima ¿Ves la luna y su trenzas largas? ¿Y esas burbujas de plata que parecen equilibristas buscando un punto de apoyo? Juegan a ser pequeñas, aunque ellas dicen que así, inspiran a muchos poetas.
El viento las está mirando, acaricia las hojas secas con sumo cuidado mirando el envés y la cara por si reconoce algún sueño que pretende despertar fuera de su almohada y soplando despacito, lo devuelve a su cama. Las nubes peinan sus pestañas de couché en el espejo de la mar en calma, y como es tan galante, al mirarlas, hasta les grita… ¡Guapas!.


Al otro lado, la lluvia prepara las maletas. Tiene una cita importante. Equinoccio se llama, alto, de ojos pardos y traje como amarillento. A lo lejos, una esponjosa bruma viene canturreando, de ella brotan cientos de recuerdos como gotas diminutas que se posan en las ramas para escucharse cuando el olvido los barra. Las luciérnagas, a su paso, van encendiendo secretos en lenguas más que apagadas. Llevan barba de tres días o cuatro los muy desidiosos, y es que tanto misterio que van luciendo y sin embargo se acicalan de ramos a pascuas. Su vecino el grillo, irritado por la abundancia de esa luz a deshora, les dice que mucho ojo o se hará dos huevos fritos mangándolos de su incubadora. Justo al lado, dos caracoles se rizan el pelo en el musgo verde de la entrada, dicen que la humedad del caparazón les pone mala baba y esperan que amanezca el calor para broncearse agusto. Una mariquita que trasteaba por las hojas, responde muy pizpireta que ella está harta de llevar lunares a cuestas porque no pega nada con el traje de sevillana… ¡Y se aguanta!


En el árbol centenario, veo gorriones. Los muy vagos dormitan en sus nidos de algodón y trapos. De vez en cuando ahuecan sus alas pavoneándose de lo que vigilan. Las ensanchan con exquisita ternura y aparecen acurrucados cuatro polluelos de lo más bonito pensando por qué papá los despierta llamándolos renacuajos. El sol dice que se hace viejo, ya peina canas de amianto, le quedan horas de sueño y ese maldito insomnio no le permite borrar el sonrojo de sus monfletes. Y yo, aquí, con los ojos como platos. A veces me digo si estaré chiflada o, igual es la noche la que despierta en mí un disparate tras otro.


Dziban

03 Oct 2011 11:05

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